

Antonio
Al ensayar en equipos,
casi enseguida se ve
que entre la gente que va
hay claramente dos tipos:
Casi todos son del A
menos uno que es del B.
El A es, ya digo, el normal,
el que el estudio repudia
y por eso nunca estudia,
casi ronca en los ensayos
y, de forma habitual,
comete los mismos fallos.
Y, aun sin tener mala fe,
-de bueno, no lo hay mejor-
es peor el tipo B.
Este es el tipo metralla,
noble y comunicativo,
siempre cautivo del Ipad
-haya partido o no haya-
mientras todo el grupo ensaya;
Si, en obediencia, eres nulo,
hablando, hipervinculando,
minando a Pal la moral
y dando mucho por culo
porque a la charla te inclinas
de manera habitual,
se ve que eres tipo B,
que es el tipo Paradinas.
Bea
Si la noche en rayos se amotina
y en la ventana que puedes ver
una mujer grita y se lamenta,
será difícil saber
si se atormenta la vecina
o se avecina la tormenta.
Papel muy distinto a aquel
es al que se inclina Bea.
Pues siendo nuestra vecina
no incordia ni cotillea,
se nos suma y aglutina
y hace siempre un gran papel.
Bea, aunque delgadita y fina,
si algo se desencamina
y hay que enfrentarse, se enfrenta.
Es más fuerte que una tormenta
y más nuestra que una vecina.
Bita
Se pasó un año entero
maldiciendo su papel.
Lo veía un papel ligero
para el gran actor que es él.
Utilizando la queja
como arma arrojadiza
en varias modalidades,
iba dando la paliza
suave o a rabotazos,
a tocateja o a plazos,
con tozudez, sin desmayo,
del derecho y del revés,
con ocasión del ensayo,
antes, durante y después.
Cuando iba quedando fina
tras mucho ensayar, la obrita,
siempre alguien decía en sordina:
“sí, pues el que se queja es Bita”.
Grant Pelman, su personaje,
era un coñazo con remos.
Y este peazo de actorazo,
que es el mejor que tenemos,
construyendo una matraca
de quejas que nunca merman,
mostró, tacita a tacita,
chaca, chaca, chaca, chaca,
que, si era coñazo Pelman,
Bita sí que era un pelmazo.
Candela
En teatro es una ley
cuidar mucho el vestuario.
Esto es siempre necesario
cuando hay que ataviar a un rey,
uniformar a un lacayo,
vestir mucho a damas finas,
vestir poco a bailarinas
y acertar con el color.
Si eres Candela Cort,
sombrerera por más señas,
y modista de cartel,
además de tu papel,
cortas, coses y diseñas
lo tuyo y lo del plantel.
No es paño de cashemir
sino tela mu barata
-la compra Paloma Cela
siempre empeñada en ahorrar-.
Pero te puedo decir
que, si hay tela que cortar,
hay por fuerza que admirar
el trabajo de Candela.
Carmen
De las obras de Dieznoslibre
siempre se ha dicho
que sin los bailes de Carmen
pierden su ritmo.
Son tan vivos y cruciales
en su contexto,
que nadie se traga el resto
sin los números musicales.
¡Ahí ella se embriaga y brilla!
a pesar de que, en jarana,
nunca bebe más que té.
Y, donde Carmen esté,
se quite Carmen Sevilla,
se quite Carmen Lomana
o la gran Carmen gitana
de Próspero Merimée.
Diego
Causó sorpresa el rigor,
la seriedad y el esmero
con que todo un ingeniero
sabía hacer de timador.
Gurú falso y fantasmón
que cobra de quien le manda
-y que, con la comisión
se iba luego de parranda-
tenía un modelo cercano:
el liante trapacero
del bodeguero murciano.
Porque a Diego, el bodeguero,
no hace falta que le instruyas
a la hora de vender vinos:
va y les coloca a los chinos
tintos peleones de Bullas,
de batalla, de ralea…
y si se tercia, de Ulea,
que todas son marcas suyas.
Estrella
Estrella, la regidora.
Bajo su aura escrutadora
ve cómo actores y actrices
incumplen las directrices
que les da la directora.
Pero no pierde el sosiego:
Su marido, el señor Diego,
con el que ella colabora,
con las claritas del día,
se enrosca fuerte la gorra,
se escupe y frota las manos
y abre la carpintería
para hacer el decorado.
Luego Estrella, con marcaje
y control de punto fino
va encarrilando un montaje
de tutoría compleja
que, al poco de comenzar,
cuesta más desentrañar
que identificar a un chino
en pleno Cobo Calleja.
Eva
Eva piensa, como Bita,
que no está ahí por su palmito
ni por su cara bonita.
Entre sus muchos encantos
está el fundirse entre tantos
sin ruido, como la lluvia.
No es ni de coña la rubia
que se lo tiene creído.
Y esa actitud tan bonita
que se pone a prueba en Eva,
de repente, va y se quita
en sus interpretaciones:
¡Le faltan entonaciones
al decir cualquier cosita!
Se le pide que repita y que repita
hasta que, en ocasiones,
alguien se acerca y musita:
“Hay que joderse con la rubita
de los cojones”.
Javier
Manda huevos el aplomo
de contener a Javier
en el rol de un mayordomo.
Prensar su caudal de ciencia,
bonhomía, insolencia,
dialéctica y chulería,
refrenar de cabo a rabo
en escenas a este actor
que, en las comidas y cenas,
es ciclón atronador,
tampoco era moco de pavo.
Se le exigió un hieratismo
y al tiempo, expresividad.
Se le pedía amabilidad
cuajada de bordería;
que mostrara cercanía
con un talante distante
y afectar campechanía
en la más fría altivez.
Pero que esa gelidez
fuera también incendiaria…
como una quietud con brío.
Que hiciera siempre, a la vez,
una cosa y la contraria
sin hacerse la picha un lío.
Tener parquedad y exceso.
Parecer sin parecer.
Nos miró y dijo Javier:
“Bien, mientras solo sea eso…”
Temía que su personaje
no estuviera en consonancia
con las cosas que le pasan,
según lo veía él.
Pero cuando le dijimos
que es que, al final, se casan,
aceptó la relevancia
que tenía su papel.
Jose María
Ya fuera porque el diablo
hiciera una diablada,
nos sorprendió un buen día
la conversión de San Pablo
-o el conxuro de queimada-
que se obró en Jose María.
Hombre de lacón con grelo
y ribeiro a tutiplén,
hecho a trabajar el suelo
con blancos puños de seda
desde el prisma financiero,
de repente se nos queda
como jardinero zen,
sembrando de dalia el suelo,
vistiendo mínima prenda,
relajado ya y sin nervios,
y soltando unos proverbios
que no hay dios que los entienda.
Entre gallego y faquir
hay semejanzas intensas:
cuando te hablan, siempre piensas
¿qué habrá querido decir?
Luis
Actuar es impostar.
Y por eso fue que Luis
se dio a sí mismo un mentís
para hacer de militar.
Varón dulce y muy amable
aunque tenga vozarrón,
ni aun llevando sable y poncho
se parece a un militroncho
este gran santo varón.
Como actor, su buen hacer
viene siendo convincente
días sí y días no.
Quiso un día hacer creer
que él era un tipo coherente,
y ese día no coló.
Para ser un Bronx feroz
tenía que ser gritando.
Porque, eso sí, lo que es voz,
sí que tiene voz de mando.
María
Es esa ausente que está.
Cualificada, solvente,
experta y bastante despierta,
entiende el problema pronto,
remata de una tacada
y luego dice “Anda, tonto,
pero si no ha sido nada”.
Si se puede hacer, lo hará.
Si existe, ya lo tienes.
En el DNA de sus genes
nunca hay contras, sino pros.
Tenías lo que le pedías
al cabo de un día o dos.
Hoy, gracias a su acierto,
el museo Victoria y Alberto
presta cuadros que, en su historia,
jamás permitió salir:
los de la reina Victoria
y el Príncipe Lanakashmir.
Y por eso yo decía
que, si hay alguien que se afana
y da siempre en la diana,
esa es mi hermana María.
Marta
Una tiene su caráster.
Piensa en alto, pisa fuerte,
procura ser juez y parte
y tiene empaque de fuste.
Y, al que no le guste, que se aparte.
Expandida en sus cosas,
ni las grandes celulosas
podrían hacer jamás
un papel a su medida.
Marta es en ella misma,
cisma y aglutinación,
ruido, pasión y un carisma
que nunca le abandonón.
Dice que en un escenario
es de mala educación
el ponerse a hacer teatro.
Hay que hacer justo al revés:
una llega, se presenta
y triunfa como es.
Mónica
Si hay alguien que se crece
cuando sale al escenario,
es Mónica Taboada.
A diario es recatada,
o al menos lo parece.
Pero es darle un papelín
donde se ponga en el prisma
de comadre criticona
y en seguida reacciona
y da lo mejor de sí misma.
Diva ya consolidada
esa esquiva muchachita,
la tímida, la mosquita,
aquella pobre Moniquita…
ahora es “La Taboada”.
Monti
No es corriente el proveedor
que, por el trato frecuente,
se nos convierte en actor.
Antes nos grababa el video
con discutible destreza,
pero nos daba pereza
el cambiar de proveedor.
Un día, en plan informal,
se puso y grabó unas pistas
haciendo él de pianista,
de arreglista y de vocal.
Llegó y tal, lo escuchó Pal,
y eran todas tan notables
que me dijo en tono urgido:
escucha lo que ha traído
este tío de los cables.
Le contratamos de actor
y, al menos que yo recuerde,
dio en el clavo como esclavo
cuando subió a la tarima.
Con nosotros, Monteverde,
está tocando su cima.
Nacho
Con tres trajes de diario,
varios tocados al coco,
y, en joyas, todo un muestrario,
a Nacho, su vestuario
siempre le sabía a poco.
Firme y resuelto él
a ir siempre como un pincel,
no hacía las cosas sencillas
cada vez que se probaba,
por más cancha que le dieres.
Exigía que tres mujeres,
mientras él interpretaba,
como pobres pajecillos,
le siguieran de rodillas,
la boca con alfileres,
cogiéndole dobladillos.
En Mubaratha, eso sí,
que a todos la pasta arranca,
se metió hasta las canillas:
“El papel es para mí
-nos dijo, de forma franca-
que siempre he currado en Banca
y me lo sé a pies juntillas”
Pal
El griego meditabundo
dijo, con cierta retranca,
“si me dais una palanca
yo solito muevo el mundo”.
Como farol no está mal.
Tampoco es faena manca
juntar ganas y neuronas
y mover veinte personas
con la mitad de palanca,
o sea, solo con Pal.
Siete años cumplimos hoy:
siete de teatro, Pal.
Desde el día temerario
en el que a nuestro salón
lo mudaste en escenario,
el trastero, en ropero
y la cocina en ambigú.
Todo eso lo hiciste tú
y lo hiciste a mis espaldas,
porque, dada mi indolencia,
tu entusiasmo y tu pasión
no me querían de pareja.
Hoy echamos el telón
a estos años de teatro.
Recuperamos salón,
la cocina y el trastero.
Queda eso: un sendero de risas,
un reguero de gintonics
y siete años de juego;
Un sendero de montones
de instrucciones semanales,
tus consejos, tu planilla,
tu legao de ensaladilla
y pimientos con bacalao
y el alarde de sarao
con que hacías tan especiales
los domingos por la tarde.
Lo que bailamos, cantamos,
los muebles que desplazamos,
los sitios donde actuamos,
los ensayos en tropel…
esas marcas de nivel
del caudal de tu entusiasmo
y de tu esmero.
El sendero
que tú y yo hacíamos
hacia un puñado de amigos
que no sabíamos que nos merecíamos.
Mañana, en el salón,
cuando eche las cortinas
-que ya no serán telón-
y haga mutis por el foro
para ir a la cocina
-que ya no será ambigú-
sabré, indolente, que espero
hasta el siguiente sendero
por donde me hagas ir tú.
Roberto
Llegó y mostró buenos modos.
Perceptivo y oportuno,
sin conocer a ninguno
abrazó enseguida a todos.
Dicen que fija su cuota
de atenciones y regalos,
que hace estragos con halagos,
que se nota que es experto,
Roberto, en hacer la pelota.
Mas yo solo he visto en él
que trabaja con criterio,
que se sabe su papel
y hace, sin más misterio,
del teatro, un sacerdocio.
Se toma el ocio muy en serio:
fijando trazos, sin dar bandazos,
y currando a tutiplén.
Y hoy me ha dado un par de abrazos
y me ha dicho que escribo muy bien.
Saimon
Otro año más
debemos a Saimon
ritmo, compás,
melodía
y la tutoría musical con que remedia
nuestra miseria coral.
Cuando con Saimon contamos
todos estamos tranquilos:
pulsa teclas, mueve hilos
y cantamos y bailamos.
Saimón es, ya sin piano,
también cantante dotado,
escritor observador,
buen conversador atento
y un talento mal pagado.
Pero no todo es confeti:
manteniendo el suspense
es también Saimon muy bueno:
que nos venga o no al estreno
será algo que dependa
de cuándo juegue el Atleti
Vero
Hacía, del deber, esmero.
No dejaba nada fuera
ni ponía nunca un pero.
Todo su papel entero
lo sabía a la primera
con un rigor tan facsímil
como dos y dos son cuatro:
Vero no era verosímil
en el grupo de teatro.
Primera entre las primeras,
curranta como un obrero
desde que ella se levanta
en su hogar de las afueras,
se sonroja en un vaivén
si sus colegas teatreros
le elogian lo muy bien
que le quedan los vaqueros:
esta Vero ¿es de veras?
Discreta hasta lo invisible,
bailando, se hizo tangible:
de florero no iba a estar.
¡Encima, sabía bailar!
…No era concebible Vero
en el grupo Dieznoslibre.